‒ Doña María, ¡qué
alegría verla! No la esperábamos.
‒ Yo tampoco esperaba
venir, hija. Pero… ya te contaré. ¿Está Jesús?
‒ Sí, está ahí dentro,
terminando una charla. La sala está llena, vamos a tener que quedarnos detrás
un poco.
‒ No importa.
‒ Le voy a buscar una
silla.
‒ No te preocupes, María.
He pasado tres horas en el coche y veníamos muy apretados. Prefiero estar de
pie. ¿De qué está hablando?
‒ Ha cambiado de
estilo. Antes parecía un profesor dando lecciones. Ahora se inventa unas
historias, muy entretenidas de escuchar, pero difíciles a veces de entender. Y a
menudo termina diciendo: “El que tenga oídos, que oiga”. La gente se queda
desconcertada, dándole vueltas a lo que ha dicho, discutiendo… Pero no se ponen
de acuerdo. Tampoco nosotros, y luego tenemos que preguntarle qué significa lo
que ha contado.
‒ Igualito que su
padre. No te imaginas cómo le gustaba inventar historias divertidas. Luego le
preguntaba a Jesús: “¿Qué significa?” Él daba una respuesta, la primera que se
le ocurría. José se echaba a reír y le decía: “No has acertado. Tienes oídos,
pero no oyes”.
‒ Doña María, cuando
se enteró de que estaban ustedes aquí ha dicho una cosa muy bonita. Como verá
usted, la sala está llena, no cabe un alfiler. Y Santiago, que habla como si
fuera el trueno, pegó una voz desde el fondo: “Tu madre y tus hermanos están
fuera y quieren hablar contigo”. A la gente le molestó que interrumpiese de
manera tan brusca al maestro, pero también tienen muchas ganas de conocerla a
usted. Todos pensaron que iba a levantarse para ir a saludarla. Sin embargo, se
quedó en su sitio, en silencio. Luego miró fijamente a Santiago y le preguntó,
como si estuviera examinándolo: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”
Santiago se quedó de piedra, sin saber qué responder. A los demás nos pasó lo
mismo, y Juana, la enfermera, pensó que le había dado un ataque de amnesia. Entonces
Jesús se puso de pie, extendió la mano lentamente, en círculo, señalándonos uno
por uno, y dijo: “El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre”. Al principio no sabíamos cómo reaccionar, pero
luego todos estallamos en un aplauso.
Doña María sonríe.
‒ Eso es muy bonito,
hija. Pero la que le dio de mamar fui yo.
La versión original de Mt 12,46-50
Todavía estaba
hablando a la multitud, cuando se presentaron fuera su madre y sus hermanos,
deseosos de hablar con él. Uno le dijo:
‒ Mira,
tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablar contigo.
El contestó al que se lo decía:
‒ ¿Quién
es mi madre?, ¿quiénes son mis hermanos? Y, apuntando con la mano a los
discípulos, dijo:
‒ Ahí
están mi madre y mis hermanos. Cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre
del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
¿Por qué busca su familia a Jesús?
El relato de Mateo nos deja con la incógnita de por qué María y los
hermanos van en busca de Jesús. Un lector normal piensa: por cariño,
por verlo. Sin embargo, el relato de Marcos (suprimido por Mateo) ofrece un
dato muy distinto: “Entró en casa, y se reunió tal multitud, que no podían ni
comer. Sus familiares, que lo oyeron, salieron a llevárselo, pues decían que estaba fuera de sí” (Mc 3,19-20). En su opinión,
si no estaba loco, poco le faltaba. Por eso van en su busca, y por eso Jesús
muestra cierta lejanía a propósito de cuál es su verdadera familia: no los que
vienen a encerrarlo en casa, sino los que cumplen la voluntad de Dios.
Requisito para ser la familia de Jesús
El peso de la escena
recae en la frase final pronunciada por Jesús, que se conserva con diversos
matices en los tres evangelios sinópticos:
Marcos: “Cualquiera que cumpla la voluntad de Dios,
ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.”
Mateo: “Cualquiera que cumpla la voluntad de
mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.”
Lucas: “Mi madre y mis hermanos son los que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.
Se advierten los
intereses propios de cada evangelista. Mateo prefiere presentar a Dios como “el
Padre de Jesús en el cielo”. Lucas pone de relieve la “escucha de la palabra de
Dios”, igual que en el evangelio de Marta y María del domingo pasado.
Pero la idea de fondo
es la misma. Lo nuevo no es la insistencia en cumplir la voluntad de Dios, tema
que aparece en otros momentos del evangelio, sino en que ese cumplimiento nos convierte
en las personas más próximas a Jesús, como verdadera familia suya.
El evangelio de Juan recoge un tema parecido, aunque con
enfoque propio: “Vosotros sois mis amigos sin cumplís lo que yo os mando”. La
familiaridad cede el puesto a la amistad. Y no se trata ya de cumplir la
voluntad de Dios, sino la de Jesús.
La escena como culmen de los capítulos 11-12 de Mateo
A
través de estos dos capítulos, el evangelio de Mateo nos ha presentado
distintas reacciones ante Jesús. No son como las de los cc.8-9, sino más claras
y dramáticas. Y quieren provocar la reacción del lector: ¿en qué grupo quiero
situarme?
¿En
el de la duda, desconcertado por lo que hace Jesús, dispuesto a esperar un
salvador distinto de él?
¿En
el de los contemporáneos pasotas, que contemplan sus prodigios, pero se
consideran superiores a él y lo desprecian?
¿En
el de los que lo rechazan porque lo consideran endemoniado?
¿En
el de los que escuchan con sencillez su palabra, aceptan su mensaje, y quieren
formar parte de su familia?
El
evangelio no quiere simplemente enseñarnos cosas sobre Jesús sino provo-car en
nosotros una decisión.