Felipe
mira su reloj. Las cinco de la mañana. Puntual como siempre, bien abrigado en
su cazadora, ha salido sin hacer ruido camino de la colina, para esperar
rezando la salida del sol. Felipe lleva despierto largo rato, necesita hablarle,
pero prefiere respetar su soledad. Sin embargo, el sueño no vuelve. Se levanta
y marcha en su busca. Jesús lo oye acercarse.
‒ Buenos días, Felipe. ¿No consigues
dormir?
‒ No. Llevo un buen rato dándole
vueltas a la cabeza.
Se
sienta junto a él y disimula su nerviosismo recogiendo unas piedrecillas del
suelo.
‒ Deseo comentarte algo. Pero no
quiero que lo interpretes mal.
‒ ¿Por qué iba a interpretarlo mal?
‒ Se trata de lo siguiente. Ayer,
cuando contaste la parábola del trigo y la cizaña, Judas no estaba presente,
había ido a comprar unas cosas al mercado.
‒ Sí. Lo mandé yo.
‒ Cuando volvió, le conté la parábola…
‒ Adornándola bastante.
‒ ¿Cómo lo sabes?
‒ Te conozco de sobra, Felipe.
Sigue.
‒ Al terminar, le dije que no sabía
qué significan el trigo y la cizaña. Y es cierto, no mentía. Pero anoche, al
acostarme, me vino de repente una duda.
Felipe
no sabe cómo seguir. Agarra una piedra y apunta a un olivo cercano.
‒ Esta es la parte más delicada, la
que no quiero que interpretes mal. ¿Esa parábola la has contado por Juan y Judas?
Jesús
no responde de inmediato.
‒ ¿Qué te hace pensar eso?
‒ Tú ya sabes que me llevo bien con
Judas. Pero no lo noto entusiasmado. Ayer me dijo que no le ve futuro a todo
esto. No le di importancia, lo tomé a broma. Pero luego recordé un
comentario que hizo Juan hace poco, refiriéndose a Judas: “Este, mucho criticar,
mucho quejarse, pero bien que se aprovecha del dinero que nos dan”. Y entonces
me vino la idea de que Juan considera a Judas como la cizaña, y que quiere arrancarla,
echarlo del grupo. Por eso lo mandaste a comprar, para que no se sintiese aludido
y que sólo Juan se aplicara la lección.
Jesús
mira hacia los montes, por donde comienzan a abrirse paso los primeros rayos
del sol.
‒ Te aseguro que no pensaba en Juan
y Judas cuando conté la parábola. Pero lo que has dicho no es ninguna tontería.
* * *
Tíquico
lleva rato esperando a Mateo. Cuando entra le lanza de inmediato la pregunta.
‒ ¿La parábola del trigo y la cizaña
la contó Jesús o te la has inventado tú? Aquí no aparece.
Y
golpea con el índice el rollo del evangelio de Marcos, del que tantas veces se
sirve Mateo para dictarle. Éste lo mira con paciencia.
‒ Ya te he dicho que eso no es lo
importante. Lo importante es si te sirve su enseñanza.
‒ También me he dado cuenta de que falta
la parábola de la semilla que crece por sí sola. ¿Por qué la has suprimido?
‒ Para que los vagos como tú no
piensen que todo es obra de Dios y no hay necesidad de esforzarse lo más
mínimo.
‒ Tú piensas como los romanos: la
mejor defensa es un buen ataque. Bueno, dime la interpretación de la parábola
del trigo y la cizaña.
‒ Y luego tú me dices la tuya.
Escribe.
Después, despidiendo a la multitud, entró en casa. Fueron
los discípulos y le pidieron:
‒
Explícanos la parábola de la cizaña.
El les contestó:
‒
El que sembró la semilla buena es este Hombre; el campo es el mundo; la buena
semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los súbditos del maligno;
el enemigo que la siembra es el Diablo; la siega es el fin del mundo; los
segadores son los ángeles. Como se recoge la cizaña y se echa al fuego, así
sucederá al fin del mundo: Este Hombre enviará a sus ángeles para que recojan
en su reino todos los escándalos y los malhechores; y los echarán al horno de
fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces, en el reino de su
Padre, los justos brillarán como el sol. Quien tenga oídos que escuche.
Tíquico
termina de escribir y tira el cálamo sobre la mesa.
‒ Esto te lo has inventado tú. Esta explicación no es de Jesús.
‒ ¿Por qué?
‒ Porque las interpretaciones de Jesús son inteligentes, agudas. Tú, en
cambio, interpretas una historia muy interesante como si fuera una alegoría.
Esto es horrible, Mateo. Explicas cada elemento como si hablaras a niños
chicos: quién es el que siembra, qué significan el campo, la buena semilla, la
cizaña, el enemigo, la siega. El colmo es cuando dices que los segadores son
los ángeles.
Sorprendentemente,
Mateo no se muestra ofendido.
‒ ¿Tu maestro de retórica no te enseñó que en la variedad está el gusto? Lo
importante es lo que enseña la parábola. Y eso me parece que no lo has captado.
Intencionadamente,
adopta la actitud del maestro que aclara una cuestión al alumno poco
aventajado.
‒ Piensa en las parábolas que ha contado Jesús hasta ahora, sobre todo en la
del sembrador. Parte de la semilla no producía fruto. Dicho de otra forma, la
mayor parte de la gente no lo sigue. ¿Cuál es la tentación que podemos tener
los cristianos? Decidir quiénes son buenos y quiénes malos, quién es trigo y
quién cizaña, y dedicarnos a eliminar la cizaña. Esa labor no nos corresponde a
nosotros, sino a los ángeles de Dios, con los que tanto te metes.
Se
dirige a la ventana, única distracción que se permite mientras dicta.
‒ ¿Y tu interpretación? ¿Cuál es?
‒ Cuando escuché la parábola, pensé que el campo era el pueblo de Israel, en
el que Jesús había sembrado buena semilla. Pero muchos se han opuesto a él, lo
han rechazado y condenado, como los fariseos, y esos son la cizaña. El peligro
de los cristianos, de los segadores, sería ir eliminando judíos por todas
partes. Pero eso no es misión nuestra, sino de Dios.
‒ Con tu gran inteligencia habrás advertido un detalle elemental en lo que
has dicho.
‒ Sí ‒responde Tíquico con un bufido‒ que mi interpretación es tan alegórica como la tuya.
¿Qué actitud adoptar con
quienes no aceptan el evangelio?
La parábola puede
leerse desde diversas perspectivas, según pensemos que la finca es el pueblo de
Israel, la comunidad cristiana, o el mundo entero.
La finca: el pueblo de Israel
Ya que esta parábola
sólo la cuenta Mateo, podemos verla primero desde el punto de vista de su
comunidad, donde hay un grave enfrentamiento con los judíos. Lo más probable es
que el evangelista piense en el pueblo de Israel. Esta es la finca de Dios, en
la que el Señor ha plantado buena semilla. Pero el enemigo ha plantado también
cizaña. La tentación de cualquiera de los dos grupos es decidir por su cuenta y
riesgo quién es trigo y quién cizaña. Ya le ocurrió esto a Pablo, que pidió
permiso a las autoridades de Jerusalén para perseguir a los cristianos. Pero
también la comunidad cristiana puede correr el riesgo de ofrecerse a Dios para
acabar con los que no forman parte de ella. Es lo que les ocurre a Juan y
Santiago, cuando quieren pedir a Dios un rayo del cielo que acabe con los
samaritanos que no los acogen (Lucas 9,51-56). Mateo hace una exhortación a la
calma, a dejar a Dios la decisión en el momento final.
La finca: la comunidad cristiana
La parábola también
podría entenderse dentro de la comunidad cristiana, donde hay gente que responde
al evangelio (trigo) y gente que no parece vivir de acuerdo con él (cizaña). El
mensaje es el mismo en este caso. Aunque las cosas parezcan claras, es fácil
que al arrancar la cizaña se lleven por delante el trigo. Lo ocurrido con la
Inquisición demuestra la verdad de esta enseñanza de Jesús.
La finca: el mundo
La parábola se puede
interpretar también en un contexto más general, donde la finca es el mundo, la
buena semilla los ciudadanos del Reino y la cizaña los secuaces del Malo. En
esta línea se orienta la explicación que ofrece el evangelio de Mateo.
Moraleja
En cualquiera de las
tres hipótesis (todas válidas), Jesús advierte contra el peligro de que paguen
justos por pecadores. Es preferible tener paciencia y dejar la decisión a Dios.
La parábola de la semilla que crece por sí sola
La parábola omitida
por Mateo, probablemente por miedo a que fomente la inactividad de ciertas
personas, la cuenta Marcos 4,26-29:
El reinado de Dios es como un hombre que sembró un campo:
de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él
sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, después la
espiga, después grana el trigo en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la
hoz, porque ha llegado la siega.
El trigo
Y la cizaña