domingo, 21 de julio de 2013

El exorcista y la comisión (Mt 12,38-42)

            María y Juana se acercaron al grupo con cara seria.
            ‒ Bartolomé, cuando llegue el maestro, ni una broma. No está el horno para bollos.
            ‒ ¿Qué pasa?
            ‒ Que llueve sobre mojado. Después de lo de ayer, lo de esta tarde.
            ¿Qué pasó ayer? pregunta Judas, que va siempre por sus caminos.
            Lo del exorcista. Se presentó un cura diciendo que quería hablar con Jesús. Que era exorcista y que tenía permiso de su obispo para echar demonios.
            ¿Y eso qué tiene que ver con el maestro?
            Decía que está endemoniado, y que por eso cura a mucha gente. Que los santos sólo curan después de muertos. Cuando alguien cura mientras está vivo, y no es médico, es que está endemoniado.
            Valiente estupidez.
            Pues no veas cómo se puso el maestro. Se fue para el cura y le dijo que no tenía ni idea, que confundía al Espíritu Santo con el demonio, que el que tenía que exorcizarse era él.
            ¿Y esta tarde qué ha pasado?
            Estábamos tan tranquilos en la plaza y se presentan cinco o seis, diciendo que vienen en representación de la curia, del seminario, de la facultad de teología y de varios grupos de católicos. Nos echamos a temblar, pensando qué querrían. Sin embargo, se portaron de forma muy educada, con mucho respeto. Y le dijeron al maestro: “Maestro, la gente dice que curas a muchas personas y que enseñas cosas muy interesantes. Pero lo que enseñas no siempre está de acuerdo con lo que dice la iglesia, y eres muy crítico con ciertas cosas”.
            El maestro se les quedó mirando y les dijo: “También algunos papas han sido muy críticos con ciertas cosas.” Ellos respondieron: “Sí, es verdad. Pero el Papa es el Papa. Y tú… Eso es lo que nos gustaría que aclarases. Que dieses una prueba de tu autoridad para hacer y enseñar esas cosas”.
            El maestro empezó a mosquearse y les dijo: “No sé de qué me estáis hablando. ¿Qué es lo que queréis?”. Y uno, que parecía el mandamás, le dice:
“Hablando claro, que hagas un milagro de los grandes, de los que deja a todos admirados.” El maestro le echó esa mirada irónica que pone a veces y le preguntó: “¿Un milagro como los de Moisés?”      Ellos no se esperaban esta salida y se quedaron desconcertados, pero luego respondieron que sí, que algo por el estilo.
            ¿Queréis que haga venir una plaga de mosquitos? ¿Qué divida el Mediterráneo por la mitad? ¿Qué hunda a la flota americana en el Golfo Pérsico? Decidle a quienes os han enviado que no pienso hacer ningún milagro. El único milagro será que cuando me condenéis y me matéis la gente seguirá creyendo en mí.
            Uno de ellos se indigno ante estas palabras y le dijo: “Nadie está hablando de matarte”. ¿Y sabéis lo que le contestó el maestro? “Tiempo al tiempo”.
             
La versión original de Mateo 12,38-42

[NOTA: La ficción inicial trata dos cuestiones distintas: la acusación de que Jesús está endemoniado (Mt 12,22-32) y la petición de un milagro (Mt 12,38-42). La liturgia ha omitido el primer relato y se limita al segundo].

                Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron:
            ‒ Maestro, queremos verte hacer algún prodigio.
            El les contestó:
            ‒ Una generación malvada y adúltera reclama un prodigio, y no se le concederá otro prodigio que el del profeta Jonás. Como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará este Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches.
            Durante el juicio se alzarán los ninivitas con esta generación y la condenarán porque ellos se arrepintieron por la predicación de Jonás, y hay aquí uno mayor que Jonás.
            La reina del sur se alzará en el juicio con esta generación y la condenará, porque ella vino del extremo de la tierra para escuchar el saber de Salomón, y hay aquí uno mayor que Salomón.

La petición

            En el Antiguo Testamento, cuando Dios encomienda una misión difícil a una persona, realiza a veces un prodigio para que se sienta seguro en su misión; así ocurre con Moisés y Gedeón. Al rey Acaz también le ofrece realizar un prodigio “en lo alto del cielo o en lo profundo del abismo”.
            Lo inaudito es que un grupo de personas pida a un profeta o sacerdote que realice un prodigio para creer en él. En este caso se trata de los escribas (especialistas en la Ley de Dios) y de los fariseos (seglares piadosos)

La reacción de Jesús

            El insulto

            En contra de las más elementales normas de la oratoria clásica, Jesús comienza insultando a quienes realizan la petición. Los llama “generación malvada y adúltera”. La referencia al adulterio no tiene nada que ver con el uso normal de la palabra. La imagen está tomada de los profetas, que presentan a Israel como la esposa de Dios, que ha abandonado a su marido para dar culto a otros dioses. “Generación malvada y adúltera” equivaldría a “malvada e idólatra”. Llamar “idólatras” a escribas y fariseos, que se consideraban las personas mejor relacionadas con Dios, es un ataque terrible.

            Intuyendo la trampa

            La petición de los escribas y fariseos esconde una trampa mortal. Porque cualquier signo que realice Jesús puede ser rechazado. Una tradición judía contenida en el Talmud indica lo que podría haberle ocurrido si se hubiese prestado a ese juego.

            “Un baraita nos enseña que Rabí Eliezer presentó todas las refutaciones posibles a los argumentos de los rabinos, pero que éstos no aceptaron ninguna.
            - Si mi decisión tiene que prevalecer, que este alga­rrobo lo demuestre, les dijo R. Eliezer.
            E inmediatamente el algarrobo fue arrancado del suelo y trasladado a cien codos (otros dicen que cuatrocientos co­dos).
            - Un algarrobo no prueba nada, dijeron los rabinos.
            - Que esta corriente pruebe que yo tengo razón.
            E inmediatamente el agua se puso a correr hacia arriba.
            - Una corriente no prueba nada, dijeron los rabinos.
            - Entonces lo probarán las paredes de esta escuela.
            Empezaron a inclinarse las paredes; iban a caerse, cuando R. Josué las apostrofó de este modo:
            - Si unos discípulos de los sabios disputan sobre halaka [legislación], ¿qué os importa a vosotras?
            Las paredes no se cayeron, por respeto a Rabí Josué, pero tampoco se enderezaron, por respeto a Rabí Eliezer. Todavía hoy siguen en el mismo estado"
            (Baba Metsi'a 59a).

            El protagonista de la historia, Rabí Eliezer, es algo poste­rior a Jesús, de hacia el año 100 de nuestra era. Pero su postura inútil de discutir y ofrecer prodigios a quienes no se dejan convencer refleja muy bien lo que podría haberle ocurrido a Jesús si se hubiese prestado a tal juego.

            Un signo distinto al esperado

            Por eso, en línea contraria a lo que esperan, ofrece un signo de debilidad y muerte. San Pablo se tuvo que plantear el mismo problema en Corinto. Su experiencia le había llevado a advertir que los judíos, para creer, exigían milagros; y los griegos, pruebas de sabiduría. Entonces Dios elige salvar usando el instrumento menos poderoso y menos sabio desde un punto de vista humano: la cruz de Cristo. Pero la debilidad de la cruz es más fuerte que todo poder humano; y la necedad de la cruz más sabia que toda la sabiduría humana (ver 1 Corintios 1,18-25).

            El contraataque

            El episodio termina acusando a la generación malvada e idólatra de dos grandes pecados, contraponiendo su actitud con la de algunos paganos:
            A diferencia de los ninivitas, famosos por su crueldad y su injusticia, pero que se convirtieron con la predicación de Jonás, los contemporáneos de Jesús se niegan a convertirse, aunque él es más importante que Jonás.
            A diferencia de la reina de Saba, que realizó un largo viaje para escuchar a Salomón, los contemporáneos de Jesús desprecian su sabiduría, que es mucho mayor que la del antiguo rey.


            En este pasaje, como en otros muchos del evangelio, se advierte que las palabras originales de Jesús fueron retocadas por los evangelistas después de la experiencia de la muerte y resurrección.