Tíquico
espera pacientemente que Mateo comience a dictar. Su prolongado silencio lo
impulsa a hacerle una sugerencia.
‒ Nos habíamos quedado en la
parábola del trigo y la cizaña. Ahora tienes que explicarla. A mí me parece que
se presta a diversas interpretaciones.
‒ ¿Cómo cuáles? ‒le pregunta Mateo curioso.
‒ Hasta que no me digas la tuya no
te digo la mía.
Mateo
sonríe.
‒ Pues vas a tener que esperar. Antes
voy a contar otras dos parábolas.
Tíquico
no consigue ocultar su desconcierto.
‒ Eso es absurdo, tienes que
explicar primero la del trigo y la cizaña.
‒ Estás ofendiendo mi vanidad. Yo sé
perfectamente lo que hago. ¿Dónde está hablando Jesús?
Tíquico
no entiende la pregunta.
‒ Lee desde el principio ‒insiste Mateo.
Retrocede,
busca, encuentra.
‒ “Aquel día salió Jesús de casa y
se sentó junto al lago. Se reunió junto a él una gran multitud.”
‒ No sigas. Todo lo que te he
dictado últimamente ocurre a la orilla del lago, ante una gran multitud. La explicación
del trigo y la cizaña será más tarde, dentro de la casa, sólo a los discípulos.
Pero antes de despedir a la gente le cuenta otras dos parábolas.
‒ ¿Esto ocurrió de forma tan
complicada como tú lo cuentas? ¿Un discurso en dos partes, en dos sitios
distintos y ante dos auditorios diversos?
Mateo
le dirige una mirada de reproche.
‒ Como no mejores, nunca serás un
buen catequista. ¿Qué más da que fuera así o de manera algo distinta?
Y
añade con una sonrisa burlona.
‒ No sabes valorar mi genio
creativo.
‒ Bueno, vamos a dejar de discutir.
¿Cuáles son esas dos últimas parábolas que cuenta a la multitud junto al lago?
Mateo
vuelve a sorprenderlo con una pregunta absurda.
‒ ¿Cuántos habitantes tiene
Antioquía de Siria?
Tíquico
no duda mucho.
‒ Dicen que un millón.
‒ Eso lo dicen de todas las ciudades
grandes e importantes. Pero da igual que sean un millón o setecientos mil.
¿Cuántos miembros tiene nuestra comunidad?
Tíquico
aprovecha la ocasión para vengarse.
‒ El otro día te pusiste tan pesado,
y repetiste tanto las cosas, que me dediqué a contarlos. Estaban presentes unos
ochenta, añade algunos ausentes y salen poco más de cien.
‒ ¿Te desanima que seamos tan pocos?
‒ Ya te dije el otro día que no. Hay
que tener esperanza.
‒ Pues estas dos parábolas dan
motivos de esperanza. La primera es muy corta, pero requiere conocer las
Escrituras para entenderla bien. ¿Tú has leído al profeta Ezequiel?
‒ No.
‒ Me lo temía. Bueno, te lo
explicaré luego. La parábola dice así. Copia.
El reinado de Dios se parece a un grano de mostaza que un
hombre toma y siembra en su campo. Es más menudo que las demás semillas; pero,
cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los
pájaros y anidan en sus ramas.
‒ ¿Has visto alguna vez un grano de
mostaza?
‒ Ni el grano ni el árbol ‒reconoce humildemente Tíquico.
‒ El grano es diminuto. Pero de él nace
un arbolito respetable. ¿Comprendes la enseñanza?
‒ Sí, que nuestra comunidad, aunque ahora
mismo sea tan modesta, tiene futuro.
‒ Exactamente. Pero con un matiz importante.
El profeta Ezequiel contó una parábola parecida cuando sus contemporáneos
estaban desanimados. Habían ido al destierro de Babilonia y pensaban que todo
se había acabado para ellos. Entonces el profeta les dice en nombre de Dios...
Atiende bien a lo que voy a decirte, a ver si descubres la diferencia entre su
parábola y la de Jesús.
‒ ¿Tengo que copiarlo?
‒ No. Limítate a escuchar. Esto es
lo que anuncia Dios a través del profeta.
“Agarraré una guía del cogollo del cedro alto y
encumbrado;
del vástago cimero arrancaré un esqueje
y lo plantaré en un monte elevado y señero,
lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.
Echará ramas, se pondrá frondoso
y llegará a ser un cedro magnífico;
anidarán en él todos los pájaros,
a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves.
¿En
que se parecen y en qué se diferencian las dos parábolas?
A
Tíquico le gustan estas adivinanzas, le permiten demostrar su rápida
inteligencia.
‒ Se parecen en que
los dos son árboles, y en que a los dos terminan viniendo a anidar las aves. Se
diferencian en que Jesús habla de un árbol de mostaza y Ezequiel de un cedro.
‒ Muy bien. ¿Y qué
diferencia hay entre la mostaza y el cedro?
‒ La mostaza es
modesta, poca cosa. El cedro es magnífico, y encima lo plantan en un monte
encumbrado. Es una imagen grandiosa.
‒ Aplica eso a
nuestra situación.
Tíquico
reflexiona, ahora no quiere precipitarse.
‒ Jesús no promete
que su comunidad será grande y maravillosa, anuncia algo mucho más modesto.
‒ Sí, pero que
cumplirá la misma misión del cedro. Podrá servir de cobijo a los pájaros del
cielo.
Mateo
se levanta y da un breve paseo por la habitación.
‒ La segunda
parábola es más sencilla, no hace falta conocer la Escritura. ¿Has visto alguna
vez a tu madre haciendo pan?
‒ Muchas veces. Y le
he ayudado.
‒ Escribe.
El reinado de Dios se parece a la levadura: una mujer la
toma, la mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta.
‒ ¿Ya está? ‒ se extraña Tíquico.
‒ ¿Qué más quieres? Es profundísima.
Piensa un poco. ¿Seguir a Jesús es bueno o malo?
‒ Muy bueno.
‒ Igual que la levadura. Pero para
hacer un kilo de pan no puedes usar medio kilo de trigo y medio de levadura. Saldría
algo horrible. Los cristianos no tenemos que ser miles ni millones, basta una
pequeña cantidad para que haga fermentar a los demás, como la levadura.
‒ Con eso desanimas a la gente a
entrar en la comunidad.
‒ No. Con eso advierto a la
comunidad que no debe desanimarse por ser pocos. Podemos cumplir una importante
misión. ¿Cuántas personas siguieron a Jesús durante su vida? Un número
ridículo. Sin embargo, el arbolito sigue creciendo y la levadura fermentando.
Mateo
vuelve a levantarse. Echa un vistazo a lo poco que ha dictado hoy.
‒ Vamos a terminar ya esta primera
parte del discurso, la que pronuncia Jesús en la playa delante de una gran
multitud. Escribe.
Todo esto se lo explicó Jesús a la multitud con
parábolas; y sin parábolas no les explicó nada. Así se cumplió lo que anunció
el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas
ocultas desde la creación del mundo.
‒ ¿Puedo hacerte una
objeción? ‒ pregunta Tíquico.
‒ La veo venir.
‒ Al principio has
dicho que Jesús habla en parábolas para que no lo entiendan los de fuera, y
ahora dices que usa parábolas para revelar cosas ocultas.
‒ ¿Dónde está el
problema?
‒ Esas dos
afirmaciones se contradicen.
‒ ¿Seguro? Piensa a
ver si se contradicen. Tienes de plazo hasta mañana.
Nota
La parábola del cedro
se encuentra en Ezequiel 17,22-23.
Tres imágenes
El grano de mostaza
El cedro del Líbano
El árbol de mostaza