Tíquico lleva largo rato trabajando. Ha preparado
la tinta, afilado el cálamo, trazado en el papiro las líneas casi invisibles
que permitirán una escritura perfecta. Le gusta su profesión de escriba. Y le
entusiasma el texto que Mateo le está dictando, ese evangelio que conoce desde
hace más de dos años a través de las catequesis y de las reuniones de cada día
del Señor. Pero ahora es distinto. Mateo no se limita a repetir lo que ha
contado en años anteriores. Ahora amplía, modifica, retoca. Cada día supone una
sorpresa.
Está
tan absorto que no lo oye entrar.
‒ Buenos días, Tíquico. El Señor esté
contigo.
‒ Y contigo, Mateo. Buenos días.
Se
acerca a la mesa y echa una ojeada al papiro.
‒ Ayer nos quedamos en la visita de
la madre y los hermanos de Jesús, ¿verdad?
‒ Sí.
‒ Hoy vamos a comenzar una sección
nueva, muy distinta.
Se
aleja en dirección a la ventana y mira a unos chiquillos que juegan en la calle.
‒ ¿Cuántos discursos recuerdas de
Jesús? Me refiero a discursos largos, no a discusiones con los escribas y
fariseos o a pequeñas intervenciones.
Tíquico
no necesita hacer un gran esfuerzo de memoria.
‒ Dos: el discurso del monte y el de
la misión de los discípulos.
‒ ¿Cuál te gusta más?
‒ El del monte, sin duda. Cuando te
lo escuché por vez primera, en la catequesis, fue cuando me decidí a hacerme
cristiano.
‒ ¿Y el de la misión?
‒ Es demasiado duro. No exagera,
refleja muy bien lo que hemos vivido en los últimos años. Pero es muy duro.
‒ ¿Se te quitaron las ganas de ser
cristiano cuando lo oíste?
‒ No. De ninguna manera.
‒ Sin embargo, después de ese
discurso la gente empieza a adoptar posturas muy distintas ante Jesús: Juan
duda de que sea el Mesías, los fariseos lo rechazan abiertamente, otros se
desinteresan de lo que dice o critican su conducta.
‒ Pero hay un grupo que lo escucha y
está dispuesto a poner en práctica su enseñanza.
‒ La nueva familia de Jesús. Lo que
te dicté ayer.
Mateo
pasea en silencio por la habitación.
‒ Cuando te hiciste cristiano, ¿te
esperabas lo que ocurre hoy o pensabas que sería mucho mejor?
Tíquico
reflexiona un rato.
‒ No sé si acabo de entender tu
pregunta. ¿Te refieres a si esperaba una comunidad cristiana más grande, más
aceptada y estimada?
‒ Sí. A eso me refiero. ¿Nunca te ha
desanimado ver los pocos que somos? ¿O que muchos empiezan la catequesis y al
cabo de unas semanas dejan de asistir a las reuniones y no vuelven más? Si
alguno de la comunidad te plantea este problema, ¿qué le dirías?
‒ Ya me lo han planteado algunas
veces. Yo les digo que no hay que desanimarse, que hay que tener fe en Dios.
‒ Pues te voy a dar otros
argumentos, a través de un nuevo discurso de Jesús. Pero esta vez va a ser un
discurso muy distinto, todo en parábolas. ¿Sabes lo que es una parábola?
‒ Sí, claro. Una comparación.
‒ Exactamente. Pero la comparación
se puede proponer con una historia algo larga o con una imagen muy sencilla. Aquí
habrá de todo. Van a ser siete parábolas sobre el reino de Dios. ¿Preparado?
Tíquico
fija bien el papiro y empuña el cálamo.
‒ Cuando quieras.
Mateo
se sienta, cierra los ojos y comienza a dictar, como si contemplase la escena.
Aquel
día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Se reunió junto a él una gran
multitud, así que él subió a una barca y se sentó, mientras la multitud estaba
de pie en la orilla. Les explicó muchas cosas con parábolas:
Salió un sembrador a sembrar. Al sembrar, unos
granos cayeron junto al camino, vinieron los pájaros y se los comieron. Otros
cayeron en terreno pedregoso con poca tierra. Al faltarles profundidad,
brotaron enseguida; pero, al salir el sol, se abrasaron, y, como no tenían
raíces, se secaron. Otros cayeron entre cardos: crecieron los cardos y los
ahogaron. Otros cayeron en tierra fértil y dieron fruto: unos ciento, otros
sesenta, otros treinta. Quien tenga oídos que escuche.
* * *
Tomás
no oculta su malestar ni su espíritu crítico.
‒ Otra vez con esas comparaciones para
campesinos. El maestro no se quiere enterar de que la gente ya no siembra así,
que ahora se hace con máquina.
‒ Por algo lo hará ‒le responde Tadeo, que siempre
busca lo positivo‒. Ha
dicho que lo explicará más tarde.
‒ Pero, mientras lo explica, la
gente no se entera de nada.
‒ A lo mejor pretende que no se entere.
‒ No seas tonto, Tadeo. ¿Cómo va a pretender
que no se entere?
‒ El maestro es a veces un poco raro.
Tomás
lo mira extrañado.
‒ En eso sí llevas razón.
[La
solución empezará mañana y seguirá pasado mañana]