Pedro
quería ser el primero en hablar, pero todos estuvieron de acuerdo en que Leví
era el mejor preparado para hacer un buen resumen de las diversas opiniones, aunque él no estaba de acuerdo, no por humildad, sino porque consideraba imposible
resumir el caos de ideas que se habían propuesto.
‒ No nos hemos aclarado en nada,
maestro. Empezamos por discutir quién es el sembrador, y Felipe decía que Dios,
pero Simón, que hizo un curso de Biblia en la parroquia, dice que a Dios se lo
presenta como pastor, no como sembrador. A esto respondió Bartolomé, que
también fue a ese curso, que al principio del Génesis Dios planta un jardín.
Pero Santiago el de Alfeo dice que no es lo mismo plantar que sembrar, y esta
discusión nos llevó casi un cuarto de hora. Andrés propuso que el sembrador
eres tú, pero todos pensamos que lo decía
para adularte y nadie aceptó la teoría. Así que no sabemos quién es el
sembrador.
También
discutimos qué significa la semilla, sobre si era de trigo, de cebada o de
centeno. Juan cree que tú piensas en la de soja, que está ahora de moda.
Volviendo
al sembrador, nos preguntamos si tú querías presentar a un sembrador listo o
tonto, porque gran parte de la semilla cae en sitio improductivo, y eso no parece
muy inteligente. Pero María dijo que como tú siempre hablas de cosas antiguas;
y como en aquellos tiempos no había máquinas, siempre se desperdiciaba parte de
la semilla. Así que no sabemos si era listo o tonto.
Otra
cosa que no entendemos es por qué si la semilla es la misma, y la última parte
cae en tierra buena, unas veces produce cien, otras setenta y otras treinta.
Juana dice que una parte de la tierra estaba bien abonada, otra regular y otra
muy poca.
Jesús
ha escuchado con interés la explicación de Leví.
‒ ¿Eso es todo?
‒ Es un resumen. Hemos pasado casi
una hora discutiendo.
‒ ¿Y a qué conclusión habéis
llegado?
‒ A ninguna. No sabemos por qué has
contado esa parábola ni qué quieres decir.
Jesús
guarda un momento de silencio antes de hablar.
‒ Ya hace tiempo que comenzasteis a
seguirme, sobre todo vosotros cuatro ‒señala
con un gesto a Pedro, Andrés, Santiago y Juan‒. ¿Os atreveríais a decir cuánta gente me ha hecho
caso?
‒ Lo mínimo el noventa por ciento ‒responde Pedro seguro.
‒ Eso no te lo crees ni tú. Viene
mucha gente para que los cure, pero no les interesa lo que enseño.
‒ Yo diría un sesenta por ciento ‒modera la cifra Tadeo.
‒ Eso no se puede calcular en tantos
por ciento ‒rebate
Tomás‒. Hay quien te busca por
interés, luego se olvida de ti, más tarde vuelve a interesarse…
‒ Pero hay gente que viene buscando
algo nuevo, no a que los cures.
‒ Es cierto, Susana. ¿Y esa gente,
sigue adelante o se retira?
‒ Depende de los casos.
‒ ¿De qué casos? ¿Qué influye en la
conducta de la gente? Eso es lo que quiere explicar la parábola. Prestad atención.
Ante
todo, el sembrador es Dios, soy yo, sois vosotros, son todos los que anuncien lo
que os estoy enseñando. Y la semilla no es de cebada, de trigo, de centeno ni
de soja; es el mensaje que voy proclamando por todas partes. ¿Cómo se comporta
la gente cuando escucha lo que les digo yo ahora y diréis vosotros más
adelante? Hay cuatro clases de personas.
El
primer grupo es el de los que escuchan el mensaje y no lo entienden, no les dice
nada. ¿Recordáis lo que os enseñé sobre el amor a los enemigos, el perdón, el
no ser esclavos de la riqueza…? Cuando oyen hablar de esos temas no les
interesan lo más mínimo, pasan de ellos. Ni se les pasa por la cabeza unirse a
nosotros. Es como si la semilla cayera en la carretera. Imposible que dé fruto.
El
segundo es el de las personas que se entusiasman fácilmente con lo que digo y entran
a formar parte de nuestro grupo. Pero al cabo del tiempo no soportan las críticas
y las burlas de quienes nos consideran un grupo de estúpidos o de criminales. Sobre
todo, no soportan las persecuciones: el día de mañana, si oyen decir que han matado
a alguno de nosotros, que nos han puesto una bomba, les entra el pánico y se quitan
de en medio. Esa es la semilla que cae entre piedras.
El
tercer grupo es más constante en su entusiasmo, incluso podría durarles toda la
vida. Pero surgen circunstancias imprevistas, sobre todo de tipo económico, deseos
de enriquecerse, de una vida más cómoda y lujosa, y poco a poco van olvidando los
buenos deseos hasta que desaparecen por completo. Es la semilla ahogada por los
cardos.
El
cuarto grupo mantiene su entusiasmo hasta el final. Entiende la importancia del
mensaje e intenta vivir de acuerdo con él. Es la semilla que cae en tierra
fértil.
‒ Pero da fruto muy distinto ‒interviene Santiago‒. Ya te hemos dicho que si la
semilla es buena, y la tierra buena, debería dar siempre el mismo fruto.
‒ No, Santiago. Ese es un tremendo
error que debéis evitar. No os empeñéis en que todos den el ciento por uno.
Habrá gente que dará sólo el setenta, o incluso el treinta. Pero es tierra
buena, ha dado su fruto.
La versión original de Mt 13,18-23
Si
uno escucha el discurso sobre el reino y no lo entiende, viene el maligno y le
arrebata lo sembrado en su mente. Ese es el grano sembrado junto al camino.
El
sembrado en terreno pedregoso es el que escucha el discurso y lo acoge
enseguida con gozo; pero no echa raíz y resulta efímero. Llega la tribulación o
persecución por el mensaje, y falla.
El
sembrado entre cardos es el que escucha el discurso; pero las preocupaciones
mundanas y la seducción de la riqueza lo ahogan, y no da fruto. El sembrado en
tierra fértil es el que escucha el discurso y lo entiende. Ese da fruto: ciento
o sesenta o treinta.
* * *
Tíquico
deja el cálamo y contempla el pasaje que acaba de escribir.
‒ Esto sí se entiende, Mateo. No es como lo de ayer. ¿Vas a seguir en la misma
línea?
‒ Ya te dije que son siete parábolas. Y la siguiente…
Mateo
ríe pensando en la siguiente.
‒ Los va a volver tan locos como ésta. Tampoco se van a enterar de nada.
‒ ¿De qué trata?
‒ No seas impaciente. Mañana lo sabrás.