martes, 30 de julio de 2013

El tesoro y la perla (Mt 13,44-46)

            Pedro se sirve un café, enciende un cigarrillo y se acerca decidido a Jesús.
            Maestro, tengo que proponerte una cosa. En los últimos días has hablado mucho del reinado de Dios, pero la gente tiene una idea muy confusa. Algunos incluso piensan que se trata de algo que ocurrirá dentro de muchos años, y que será muy espiritual. Creo que conviene aclararles las ideas.
            Da un sorbo al café.
            Te propongo una cosa. Esta mañana, en vez de hablar tú, déjame que lo haga yo, y les explico en qué consiste el reinado de Dios.
            La mirada de Jesús refleja una ironía que Pedro no capta.
            ¿Y qué vas a decirles?
            La verdad, sin andarme por las ramas. Que el reinado de Dios es tu gobierno, que estamos preparando tu subida al poder, para conseguir un mundo mucho mejor.
            Da una chupada al cigarrillo y continua con su propuesta.
            Lo primero que tenemos que hacer es organizar bien el partido. Y cambiarle el nombre, porque Partido del Reino de Dios suena a cosa monárquica y nos haría perder muchos votos. El nombre tiene que resumirse en una sigla breve y llamativa, porque hoy día todo tiene una sigla.
            Podríamos llamarlo Partido de Pedro, o Pedro al Poder. Es una sigla fácil: PP.
            No lo tomes a broma, maestro. El tema del nombre y de la sigla va a ser difícil de resolver porque casi todas las siglas están ya en uso, pero es cuestión de pensarlo. A Bartolomé se le dan bien esas cosas.
            Y cuando tengamos el nombre y la sigla hacemos el programa sugiere Jesús.
            De eso te encargas tú. Puedes utilizar muchas de las cosas que nos has enseñado. Yo me dedicaría a la organización y propaganda.
            Jesús no responde de inmediato.
            ¿Los demás están de acuerdo? pregunta al fin.
            No es cuestión de preguntar. Algunas cosas es preferible darlas por hecho. Ya sabes que a mí me respetan bastante… no tanto como a ti, naturalmente.
            Aplasta la colilla contra el plato espera la aprobación de su propuesta.
            Has tenido una gran idea, Pedro. Efectivamente, algunos tienen una idea muy confusa del reinado de Dios y conviene aclararla. Pero voy a hacerlo yo, si no te molesta.

            Están todos reunidos, en semicírculo, y Jesús no puede evitar una sonrisa al imaginar a poco más de veinte personas llevando a cabo una campaña electoral con Pedro como Secretario de Organización y Propaganda.
            Ana, cuándo me oyes hablar del reinado de Dios, ¿tú qué entiendes?
            Ana es una viuda de edad media, profesora de historia en un instituto, que ha preferido darse de baja para unirse al grupo.
            A veces, lo mismo que mis alumnos cuando les hablaba del Sacro Imperio Romano Germánico. Nada.
            Los demás ríen, aunque la mayoría no sabe qué imperio es ese de nombre tan largo. Pedro piensa en una posible sigla para el partido, SIRG, pero la rechaza; demasiado larga y difícil de pronunciar. Además, el grupo no tiene nada de romano ni de germánico, que deben de ser los del Bayern de Munich.
            Hablando en serio continúa Ana el problema para mí, y pienso que para todos, es que a veces hablas del reinado de Dios como de algo presente y otras como de algo futuro. Además, uno oye “reinado de Dios” y se imagina algo maravilloso, un mundo de justicia, paz, igualdad, armonía. Pero otras veces parece que el reinado de Dios es este grupo, y nosotros no tenemos nada de ideales ni maravillosos.
            Hace una pausa. Viendo que Jesús no interviene añade.
            Es un problema de lenguaje. Tú hablas como los poetas, no como los filósofos o los teólogos.
            No sé si todos te habrán entendido. Explícate mejor.
            Me refiero a que tú hablas con imágenes muy diversas. Un día comparas el reinado de Dios con un sembrador, otro día con el propietario de una finca, con el grano de mostaza, con la levadura. Un teólogo nunca haría eso.
            Ya sabes que yo no he estudiado teología.
            No lo he dicho por molestarte, maestro.
            No me has molestado lo más mínimo, Ana. Llevas razón. Sobre todo en que a veces hablo del reinado de Dios como algo presente y otras como de algo futuro. Porque es las dos cosas, presente y futuro.
            Se detiene un momento.
            Os lo voy a explicar con una parábola. Se parece el reinado de Dios a un multimillonario que compró una isla y decidió convertirla en un paraíso, con infraestructuras espléndidas, autopistas, aeropuerto, una capital en la que no faltara de nada… Pero no quiso contratar ingenieros, arquitectos, obreros… Para trabajar en el proyecto había que ofrecerse voluntario, y al final recibirían como paga una propiedad en la isla. ¿Comprendéis? El proyecto es algo futuro, pero el grupo que se ofrece voluntario es el presente. Sin los que se ofrecen ahora el proyecto es irrealizable. Lo mismo ocurre con el reinado de Dios. Es un proyecto de futuro que lo ponemos en marcha ahora, en el presente. Por eso os he dicho a veces que quien se une a nuestro grupo entra a formar parte del reinado de Dios.
            Ana no puede evitar reírse.
            No tienes remedio, maestro. Empalmas una parábola con otra. Pero creo que la cosa ha quedado más clara. Al menos para mí. No sé qué diréis vosotros.
            Yo digo apunta Bartolomé que más de uno puede morir antes de que se acabe el proyecto de la isla.
            Ciertamente, pero también recibirá su paga.
            En la isla del cielo comenta irónico Judas.
            Esa isla no está nada mal. Precisamente este es el tema que quería trataros hoy, pero de forma muy breve. El valor del reinado de Dios.

* * *

            Menos mal que tiene otro trabajo, porque Mateo le ha avisado que tardará en llegar. Ha pasado dos horas copiando una carta de Pablo a los corintios, de la que ha podido deducir que Pablo los quería mucho, pero que eran insoportables. Le divierte más escribir lo que dicta Mateo sobre Jesús. Finalmente aparece, sudoroso y apresurado. Se sienta en la silla y respira profundo un buen rato.
            ¿Dónde nos quedamos ayer?
            En la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña.
            Sí. Ya recuerdo.
            Hoy no tiene intención de levantarse y pasear. Pero hace su típica pregunta imprevisible.
            ¿A ti te costó mucho hacerte cristiano?
            No mucho. Mis padres lo son.
            Si no lo fueran, ¿te habrías hecho cristiano? Me refiero a si te parece algo valioso.
            Sí, creo que sí.
            ¿Aunque tuvieras que renunciar a muchas cosas?
            ¿Te refieres a que el gobernador me quite lo que tengo y me meta en la cárcel? Prefiero no pensar en eso. Si ocurre, espero portarme bien.
            Mateo parece darse por contento con la respuesta.
            Hoy voy a ser muy breve. Sólo te voy a dictar otras dos parábolas sobre el valor del reinado de Dios.

                El reinado de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, todo contento, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo.
            El reinado de Dios se parece a un mercader en busca de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra.

            ¿Las entiendes?
            Están bastante claras.

* * *

            La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de los segui­dores de Jesús es si esta aventura en la que se han embarcado vale la pena. A la pregunta responden las parábolas del tesoro y de la perla. El valor del Reino se resalta describiendo la actitud de la persona que, llena de alegría, lo vende todo por conseguirlo.
            Para entender bien estas parábolas debemos tener en cuenta que se dirigen a los discípulos, personas que han realizado ya esa experiencia de dejarlo todo para seguir a Jesús. En ciertos momentos, esta experiencia puede entrar en crisis, parecer absurda. Las dos parábolas intentan resucitar esa experiencia original de generosidad y alegría.
            Pero estas dos parábolas pueden aplicarse también al terreno de la evangelización. Mucha gente se pregunta si vale la pena ser cristiano. Porque, para quien no ha tenido esta experiencia, el valor del Reino no es tan patente como el del tesoro o la perla. Estas parábolas enseñan algo muy importan­te: es el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del Reino. Si no se llena de alegría al descubrir­lo, si no renuncia a todo por conseguirlo, no hará perceptible su valor.
            Estas parábo­las parecen decir: “Cuando te pregunten si ser cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que vale la pena”.