‒ Tíquico, ¿por qué crees
que hablaba Jesús en parábolas?
El muchacho piensa un rato la
respuesta. No está seguro.
‒ Por lo que te he oído en
la catequesis, hay muchos tipos de parábolas. Algunas resultan fáciles de
entender y entretenidas. Otras parecen acertijos. Otras no las entiendes aunque
te pases días pensando en ellas.
‒ Entonces, ¿por qué crees
que hablaba Jesús en parábolas?
‒ A veces para despertar
la atención del auditorio; otras, para que se diesen cuenta de que su mensaje
puede parecer sencillo, pero es misterioso. No sé, no se me ocurre nada más.
‒ ¿Dirías que usaba las
parábolas para que la gente no lo entendiera?
‒ No. Eso es absurdo. Sólo
los políticos hablan para que no los entiendan. Jesús no era un político.
Mateo juega con un rollo
que tiene en las manos. Tíquico lo conoce de memoria. Es el evangelio atribuido
a Juan Marcos, que Mateo usa a menudo y él ha tenido que copiar a veces al pie
de la letra.
‒ Fíjate lo que escribe
Marcos después de la parábola del sembrador.
Cuando se quedó a solas, los
acompañantes con los doce le preguntaron acerca de las parábolas. El les decía:
‒ A vosotros se os comunica el
secreto del reinado de Dios; a los de fuera todo se les propone en parábolas de
modo que por más que miren, no vean, por más que oigan no entiendan; no sea
que se conviertan y sean perdonados.
‒ ¿Cómo interpretas esto?
Tíquico piensa un rato.
Luego le pide el rollo a Mateo y vuelve a leer las palabras.
‒ Jesús divide a la gente en dos grupos. El primero es el
de sus acompañantes y los doce; a esos les explica el misterio del reino de
Dios. El segundo grupo lo forman “los de fuera”; a ellos les habla en parábolas
para que no entiendan, ni se conviertan, ni sean perdonados.
Tíquico deja caer el rollo
sobre la mesa.
‒ Es tremendo. Condena a los de fuera sin remisión.
‒ No, Tíquico. No los condena. Cualquiera de fuera puede
entrar dentro, formar parte del grupo de Jesús, entender, convertirse, ser
perdonado. A mí me ocurrió al principio igual que a ti. Tardé en comprender lo
que quiere decir Marcos. Hasta que advertí que estas palabras encierran una
polémica muy dura. Parece que Jesús condena a los de fuera. En realidad, fueron
los de fuera quienes lo condenaron a él, se negaron a escucharlo, a
convertirse.
‒ Entonces, ¿las parábolas sólo se dirigen a los de fuera?
‒ No. Se dirigen a todos. Pero a los de dentro se les
explican; a los de fuera, no.
‒ Eso no es exactamente lo que dice Marcos.
Pero Tíquico prefiere
trabajar a discutir.
‒ ¿Qué hago? ¿Lo copio tal cual?
‒ No. Voy a ampliarlo con otras cosas que dijo Jesús.
Además, ¿te has dado cuenta de que Marcos cita la Escritura?
‒ No. En lo que he leído no la cita.
‒ Cita un texto de Isaías. Voy a dejar eso más claro.
Escribe.
Se le acercaron los discípulos y le
preguntaron:
‒ ¿Por qué les hablas en
parábolas?
El
les respondió:
‒ Porque a vosotros se os concede conocer los secretos del
reinado de Dios, a ellos no se les concede. Al que tiene, se le dará y le
sobrará; al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.
Por
eso les hablo en parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni
comprenden. Se cumple en ellos aquella profecía de Isaías: Por más que
escuchéis, no comprenderéis; por más que miréis, no veréis. Se ha embotado la
mente de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. Para
no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con la mente, ni
convertirse, para que yo los cure.
Dichosos vuestros
ojos que ven y vuestros oídos que oyen. Os aseguro que muchos profetas y
justos ansiaron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros
oís, y no lo oyeron.
‒ ¿Te resulta más claro?
‒ No. Más largo y más oscuro.
Mateo sabe que a Tíquico le gusta
bromear.
‒ Habla en serio. Me interesa tu opinión.
‒ La
contraposición entre los dos grupos sí queda más clara. Sobre todo en las
palabras que has añadido al principio: “Al que tiene se le dará y le sobrará;
al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Me gustan esas frases
absurdas.
‒ ¿Qué tiene de
absurda?
‒ Al que no tiene
no le pueden quitar nada. Pero la idea es sugerente.
‒ Esa frase la he
copiado de Marcos; él la coloca en otro sitio.
‒ Entonces, ¿es de
Jesús?
‒ Claro, no me la
iba a inventar yo.
‒ Te has inventado
muchas cosas. Tú mismo me lo has dicho.
‒ Sí, a veces.
Pero esta frase es de Jesús. Tienes que comprenderla en su momento, cuando sus
enemigos se consideraban ricos, en el sentido religioso, y pensaban tenerlo
todo. Para Jesús, no tenían nada, e incluso lo que no tienen se lo van a
quitar.
La
expresión de Tíquico no revela especial entusiasmo y a Mateo lo asalta la duda.
‒ ¿Crees que
deberíamos suprimir todo esto y pasar a la explicación de la
parábola del sembrador?
‒ Con lo caro que
está el papiro y el tiempo que he gastado en escribirlo. De ninguna manera.
Esto se queda como está. El que no lo entienda, que se aguante.
* * *
‒ Maestro, Tadeo
dice que tú hablas en parábolas para que la gente no se entere.
Tadeo,
rojo de vergüenza, se defiende.
‒ No, maestro, no
he dicho eso exactamente.
‒ ¿Qué has dicho?
‒ Al pie de la
letra no lo recuerdo. Pero que a lo mejor tú no querías que la gente entendiera
las cosas a la primera, que tuviera que preguntarte.
‒ Es una idea
interesante, Tadeo. La verdad es que no lo había pensado, pero me gusta.
‒ Entonces, ¿por
qué hablas en parábolas? ‒insiste Tomas.
‒ Siempre me ha
gustado que me cuenten cuentos y contarlos. Desde niño. Mi padre me enseñó
muchas cosas con ese procedimiento.
‒ Pero a veces no
se entera uno de nada. Por ejemplo, la parábola que contaste ayer del
sembrador. Estuvimos discutiendo sobre ella y hubo opiniones para todos los
gustos. Ni siquiera nos pusimos de acuerdo en quién es el sembrador.
‒ Eso es también
lo que pretendo. Que la gente piense, opine. Después doy la solución.
‒ Cabe un peligro:
que la gente piense que su interpretación es mejor que la que tú ofreces.
‒ Hay un peligro
mayor: que le gente no quiera oír, ni ver, ni dejarse influir por lo que digo.
‒ ¿Y qué remedio
hay para eso?
‒ Ninguno. Pero al
menos vosotros tenéis la suerte de oír y ver. ¿Queréis que os interprete la
parábola del sembrador? Pero antes tenéis que contarme cómo la habéis
interpretado.
[La
solución, mañana]
* * *
Encarna,
buenos días. Hija, llevo mucho tiempo sin llamarte pero es que Pepe me tiene
loca con su lumbago. Todo el día llamándome, que le lleve un vaso de agua, que
le corra la cortina, que le encienda la tele, que le apague la tele, como si no
tuviera el mando a distancia, pero es que quiere que me pase todo el día a su
lado. La verdad es que tenía muchas ganas de llamarte porque me han llegado
noticias de ese muchacho cada vez más preocupantes. Por lo visto, ahora se
dedica a contar unas historias… Unas historias muy raras, que no hay quien las
entienda. Y encima se ríe de la gente diciéndole: “El que tenga oídos, que oiga”.
Porque está convencido de que somos sordos y ciegos, que no podemos
convertirnos y que nos vamos a condenar. El que se va a condenar es él. ¡Qué
orgulloso es! ¡Cada vez me cae peor! Es como Pepe, pero sin lumbago. Quiere que
estemos todo el día pendientes de él, escuchándole, haciéndole caso. Y otra
cosa, que es la que más me preocupa. Ha dicho que “al que tiene se le dará, y
al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Yo no sé cómo van a quitarle
nada al que no tiene. Pero estoy segura de que es una clave para hablar de la
revolución, que su primo le ha comido el coco, como dicen ahora los jóvenes, y
van a empezar a robarnos todo para dárselo a los que no tienen, que luego no
será para los pobres, sino que se lo repartirán entre ellos, como siempre. Yo
pensé llamar al obispo, pero tampoco me fío de él, porque un día le oí decir
que ese Jesús no es tan malo como parece. ¿Qué quieres, Pepe? ¡Ya voy! ¡Ya voy!
Perdona, Encarna, tengo que dejarte. ¡Qué cruz este marido!