‒ ¿Qué buscas?, le preguntó María desde la cocina.
‒ La mochila. Estoy seguro de que la dejé aquí, pero no la encuentro.
‒ Se la llevó el niño de Santiago de acampada y la devolvió hecha un asco.
Ya la he limpiado. Está aquí, en el lavadero. ¿Para qué la quieres?
‒ Voy a ir a la sierra con el grupo.
‒ ¿Otra vez? No paras un minuto en casa, Jesús.
‒ A Paco, el párroco de La Cuesta, le ha dado un infarto y ha dejado ocho o
nueve pueblecillos sin nadie que los atienda.
‒ ¿No irás a decirles la misa?, preguntó María asustada.
‒ No, mamá. No te preocupes. Sólo vamos a echar una mano, a charlar con la
gente, a ayudarles en lo que se pueda. Da pena verlos tan abandonados.
‒ “Como ovejas sin pastor”, como decía tu padre.
María
dejó de pelar una patata y lo miró preocupada.
‒ Jesús, ten cuidado.
‒ ¿Qué pasa?
‒ Al obispo le están llegando muchos comentarios sobre ti, y algunos no son
buenos. Me lo ha dicho Conchi, que es muy amiga de la secretaria.
‒ A mí también me llegan muchos comentarios sobre el obispo ‒ bromeó Jesús‒.
‒ No te rías. A mí no me hace gracia que digan que estás endemoniado.
‒ ¿Quién dice eso?
‒ Ya te lo puedes imaginar. Y todo ha sido por culpa del mudo que curaste
ayer.
‒ Lo del mudo no tiene importancia, mamá. Lo único que tenía ese niño era un
trauma infantil. Se quedó mudo cuando sus padres murieron en un accidente de
coche. Yo me limité a apretarle la cara, a mirarlo fijamente, y a darle un
grito: “¡Habla!” Pegó un respingo y se puso a hablar.
‒ Eso es como tú lo cuentas, que siempre te excusas con traumas infantiles y
tonterías por el estilo. Pero la gente no lo ve igual. Unos dicen que tienes
poderes extraordinarios y otros que estás endemoniado.
‒ ¿Tú por qué te inclinas?
‒ No digas más tonterías. Vete ya. ¿Vas a estar mucho tiempo fuera?
‒ Un mes más o menos. Depende de lo que salga.
La
versión original de Mt 9,32-38
Le
trajeron un mudo endemoniado. Expulsó al demonio, y el mudo comenzó a hablar.
La multitud comentaba asombrada: Nunca se vio tal cosa en Israel. Pero los
fariseos decían: Expulsa demonios con el poder del jefe de los demonios.
Jesús
recorría todas las ciudades y pueblos, enseñando en sus sinagogas, proclamando
la Buena Noticia del reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias.
Viendo
a la multitud, se conmovió por ellos, porque andaban maltrechos y postrados,
como ovejas sin pastor. Entonces dijo a los discípulos: La mies es abundante
pero los braceros son pocos. Rogad al amo de la mies que envíe braceros a su
mies.
Bocadillo de jamón y queso (Mt 4,23-9,35)
Preparar un bocadillo de jamón es fácil: se
abre el pan y se introduce el jamón. Lo bueno está en medio, pero arriba y abajo
tiene un soporte común: el pan.
Mateo, en los capítulos 5-9 de su evangelio, ofrece al
lector un gran bocadillo.
Todo
comienza y termina con las mismas palabras:
Mt 4,23: «Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y
sanando entre el pueblo toda clase
de enfermedades y dolencias.»
Mt 9,35: «Jesús recorría todas las ciudades y
pueblos, enseñando en sus
sinagogas, proclamando la Buena
Noticia del reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias.»
Estos resúmenes dejan claro que la actividad de Jesús se centra en enseñar
y sanar, y ambas sintetizan la proclamación de la Buena Noticia, del evangelio.
Tenemos
los dos panes. ¿Qué introduce Mateo entre ellos?
Para
demostrar que Jesús enseña, el Sermón del Monte (capítulos 5-7).
Para
demostrar que cura, diez milagros (capítulos 8-9).
En conjunto,
el gran bocadillo de Mt 4,23 hasta 9,35 demuestra la enorme sabiduría religiosa
de Jesús y su inmenso poder.
El
mudo
La
curación del mudo se cuenta tan brevemente que podemos darle poca importancia. Pero
tiene gran valor en su contexto: es el décimo milagro, el último de la serie
que manifiesta el poder de Jesús.
Además,
la curación de un mudo trae a la memoria una promesa del libro de Isaías. Para
describir la época futura de salvación, el profeta utiliza las siguientes
imágenes:
«Se despegarán los ojos del ciego,
los
oídos del sordo se abrirán,
saltará como ciervo el cojo,
la lengua del mudo cantará» (Is 35,5-6)
Al hacer
el milagro, Jesús no está simplemente curando a un enfermo; anticipa el mundo
futuro, maravilloso, en el que no dominarán la enfermedad ni la muerte.
En el
siglo I, cuando una enfermedad era desconocida o de difícil curación se
atribuía fácilmente a un demonio. Esta mentalidad dominaba no sólo entre los
judíos sino también entre griegos y romanos.
La
compasión
Mateo
termina el breve episodio de hoy diciendo que Jesús «viendo a la multitud, se conmovió por ellos».
El dato
es muy importante, porque a Mateo no le gusta hablar de los sentimientos de
Jesús, como si eso lo rebajase a un nivel demasiado humano. Sin embargo, en
esta ocasión subraya que es la compasión la que lo impulsa a dedicarse a los
demás y a enviar a sus discípulos a la misión, como se contará a partir de
mañana.