domingo, 28 de julio de 2013

La mostaza y la levadura (Mt 13,31-35)

            Tíquico espera pacientemente que Mateo comience a dictar. Su prolongado silencio lo impulsa a hacerle una sugerencia.
            Nos habíamos quedado en la parábola del trigo y la cizaña. Ahora tienes que explicarla. A mí me parece que se presta a diversas interpretaciones.
            ¿Cómo cuáles? le pregunta Mateo curioso.
            Hasta que no me digas la tuya no te digo la mía.
            Mateo sonríe.
            Pues vas a tener que esperar. Antes voy a contar otras dos parábolas.
            Tíquico no consigue ocultar su desconcierto.
            Eso es absurdo, tienes que explicar primero la del trigo y la cizaña.
            Estás ofendiendo mi vanidad. Yo sé perfectamente lo que hago. ¿Dónde está hablando Jesús?
            Tíquico no entiende la pregunta.
            Lee desde el principio insiste Mateo.
            Retrocede, busca, encuentra.
            “Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Se reunió junto a él una gran multitud.”
            No sigas. Todo lo que te he dictado últimamente ocurre a la orilla del lago, ante una gran multitud. La explicación del trigo y la cizaña será más tarde, dentro de la casa, sólo a los discípulos. Pero antes de despedir a la gente le cuenta otras dos parábolas.
            ¿Esto ocurrió de forma tan complicada como tú lo cuentas? ¿Un discurso en dos partes, en dos sitios distintos y ante dos auditorios diversos?
            Mateo le dirige una mirada de reproche.
            Como no mejores, nunca serás un buen catequista. ¿Qué más da que fuera así o de manera algo distinta?
            Y añade con una sonrisa burlona.
            No sabes valorar mi genio creativo.
            Bueno, vamos a dejar de discutir. ¿Cuáles son esas dos últimas parábolas que cuenta a la multitud junto al lago?
            Mateo vuelve a sorprenderlo con una pregunta absurda.
            ¿Cuántos habitantes tiene Antioquía de Siria?
            Tíquico no duda mucho.
            Dicen que un millón.
            Eso lo dicen de todas las ciudades grandes e importantes. Pero da igual que sean un millón o setecientos mil. ¿Cuántos miembros tiene nuestra comunidad?
            Tíquico aprovecha la ocasión para vengarse.
            El otro día te pusiste tan pesado, y repetiste tanto las cosas, que me dediqué a contarlos. Estaban presentes unos ochenta, añade algunos ausentes y salen poco más de cien.
            ¿Te desanima que seamos tan pocos?
            Ya te dije el otro día que no. Hay que tener esperanza.
            Pues estas dos parábolas dan motivos de esperanza. La primera es muy corta, pero requiere conocer las Escrituras para entenderla bien. ¿Tú has leído al profeta Ezequiel?
            No.
            Me lo temía. Bueno, te lo explicaré luego. La parábola dice así. Copia.
           
                El reinado de Dios se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Es más menudo que las demás semillas; pero, cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas.

            ¿Has visto alguna vez un grano de mostaza?
            Ni el grano ni el árbol reconoce humildemente Tíquico.
            El grano es diminuto. Pero de él nace un arbolito respetable. ¿Comprendes la enseñanza?
            Sí, que nuestra comunidad, aunque ahora mismo sea tan modesta, tiene futuro.
            Exactamente. Pero con un matiz importante. El profeta Ezequiel contó una parábola parecida cuando sus contemporáneos estaban desanimados. Habían ido al destierro de Babilonia y pensaban que todo se había acabado para ellos. Entonces el profeta les dice en nombre de Dios... Atiende bien a lo que voy a decirte, a ver si descubres la diferencia entre su parábola y la de Jesús.
            ¿Tengo que copiarlo?
            No. Limítate a escuchar. Esto es lo que anuncia Dios a través del profeta.

            “Agarraré una guía del cogollo del cedro alto y encumbra­do;
            del vástago cimero arrancaré un esqueje
            y lo plantaré en un monte elevado y señero,
            lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.
            Echará ramas, se pondrá frondoso
            y llegará a ser un cedro magnífico;
            anidarán en él todos los pájaros,
            a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves.

            ¿En que se parecen y en qué se diferencian las dos parábolas?
            A Tíquico le gustan estas adivinanzas, le permiten demostrar su rápida inteligencia.
            Se parecen en que los dos son árboles, y en que a los dos terminan viniendo a anidar las aves. Se diferencian en que Jesús habla de un árbol de mostaza y Ezequiel de un cedro.
            Muy bien. ¿Y qué diferencia hay entre la mostaza y el cedro?
            La mostaza es modesta, poca cosa. El cedro es magnífico, y encima lo plantan en un monte encumbrado. Es una imagen grandiosa.
            Aplica eso a nuestra situación.
            Tíquico reflexiona, ahora no quiere precipitarse.
            Jesús no promete que su comunidad será grande y maravillosa, anuncia algo mucho más modesto.
            Sí, pero que cumplirá la misma misión del cedro. Podrá servir de cobijo a los pájaros del cielo.
            Mateo se levanta y da un breve paseo por la habitación.
            La segunda parábola es más sencilla, no hace falta conocer la Escritura. ¿Has visto alguna vez a tu madre haciendo pan?
            Muchas veces. Y le he ayudado.
            Escribe.
               
            El reinado de Dios se parece a la levadura: una mujer la toma, la mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta.

            ¿Ya está? se extraña Tíquico.
            ¿Qué más quieres? Es profundísima. Piensa un poco. ¿Seguir a Jesús es bueno o malo?
            Muy bueno.
            Igual que la levadura. Pero para hacer un kilo de pan no puedes usar medio kilo de trigo y medio de levadura. Saldría algo horrible. Los cristianos no tenemos que ser miles ni millones, basta una pequeña cantidad para que haga fermentar a los demás, como la levadura.
            Con eso desanimas a la gente a entrar en la comunidad.
            No. Con eso advierto a la comunidad que no debe desanimarse por ser pocos. Podemos cumplir una importante misión. ¿Cuántas personas siguieron a Jesús durante su vida? Un número ridículo. Sin embargo, el arbolito sigue creciendo y la levadura fermentando.
            Mateo vuelve a levantarse. Echa un vistazo a lo poco que ha dictado hoy.
            Vamos a terminar ya esta primera parte del discurso, la que pronuncia Jesús en la playa delante de una gran multitud. Escribe.
           
                Todo esto se lo explicó Jesús a la multitud con parábolas; y sin parábolas no les explicó nada. Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación del mundo.

            ¿Puedo hacerte una objeción? pregunta Tíquico.
            La veo venir.
            Al principio has dicho que Jesús habla en parábolas para que no lo entiendan los de fuera, y ahora dices que usa parábolas para revelar cosas ocultas.
            ¿Dónde está el problema?
            Esas dos afirmaciones se contradicen.
            ¿Seguro? Piensa a ver si se contradicen. Tienes de plazo hasta mañana.

Nota

             La parábola del cedro se encuentra en Ezequiel 17,22-23.

Tres imágenes

El grano de mostaza


El cedro del Líbano

El árbol de mostaza