jueves, 1 de agosto de 2013

Cierre temporal por vacaciones

Queridos/as amigos/as:
Cuando los discípulos volvieron de su primera experiencia misionera, les dijo Jesús: "Vamos a un sitio apartado a descansar". La idea no tuvo mucho éxito porque la gente los siguió. Pero yo voy a tomarme este mes de agosto de descanso. Además, a partir de septiembre no podré dedicar tanto tiempo a comentar el evangelio de cada día ya que cada capítulo me lleva tres o cuatro horas. 
Pensaré durante este mes cómo mantener el contacto con el evangelio durante el próximo curso.
Sí continuaré enviando el comentario a las lecturas del domingo.
Un abrazo.

martes, 30 de julio de 2013

El tesoro y la perla (Mt 13,44-46)

            Pedro se sirve un café, enciende un cigarrillo y se acerca decidido a Jesús.
            Maestro, tengo que proponerte una cosa. En los últimos días has hablado mucho del reinado de Dios, pero la gente tiene una idea muy confusa. Algunos incluso piensan que se trata de algo que ocurrirá dentro de muchos años, y que será muy espiritual. Creo que conviene aclararles las ideas.
            Da un sorbo al café.
            Te propongo una cosa. Esta mañana, en vez de hablar tú, déjame que lo haga yo, y les explico en qué consiste el reinado de Dios.
            La mirada de Jesús refleja una ironía que Pedro no capta.
            ¿Y qué vas a decirles?
            La verdad, sin andarme por las ramas. Que el reinado de Dios es tu gobierno, que estamos preparando tu subida al poder, para conseguir un mundo mucho mejor.
            Da una chupada al cigarrillo y continua con su propuesta.
            Lo primero que tenemos que hacer es organizar bien el partido. Y cambiarle el nombre, porque Partido del Reino de Dios suena a cosa monárquica y nos haría perder muchos votos. El nombre tiene que resumirse en una sigla breve y llamativa, porque hoy día todo tiene una sigla.
            Podríamos llamarlo Partido de Pedro, o Pedro al Poder. Es una sigla fácil: PP.
            No lo tomes a broma, maestro. El tema del nombre y de la sigla va a ser difícil de resolver porque casi todas las siglas están ya en uso, pero es cuestión de pensarlo. A Bartolomé se le dan bien esas cosas.
            Y cuando tengamos el nombre y la sigla hacemos el programa sugiere Jesús.
            De eso te encargas tú. Puedes utilizar muchas de las cosas que nos has enseñado. Yo me dedicaría a la organización y propaganda.
            Jesús no responde de inmediato.
            ¿Los demás están de acuerdo? pregunta al fin.
            No es cuestión de preguntar. Algunas cosas es preferible darlas por hecho. Ya sabes que a mí me respetan bastante… no tanto como a ti, naturalmente.
            Aplasta la colilla contra el plato espera la aprobación de su propuesta.
            Has tenido una gran idea, Pedro. Efectivamente, algunos tienen una idea muy confusa del reinado de Dios y conviene aclararla. Pero voy a hacerlo yo, si no te molesta.

            Están todos reunidos, en semicírculo, y Jesús no puede evitar una sonrisa al imaginar a poco más de veinte personas llevando a cabo una campaña electoral con Pedro como Secretario de Organización y Propaganda.
            Ana, cuándo me oyes hablar del reinado de Dios, ¿tú qué entiendes?
            Ana es una viuda de edad media, profesora de historia en un instituto, que ha preferido darse de baja para unirse al grupo.
            A veces, lo mismo que mis alumnos cuando les hablaba del Sacro Imperio Romano Germánico. Nada.
            Los demás ríen, aunque la mayoría no sabe qué imperio es ese de nombre tan largo. Pedro piensa en una posible sigla para el partido, SIRG, pero la rechaza; demasiado larga y difícil de pronunciar. Además, el grupo no tiene nada de romano ni de germánico, que deben de ser los del Bayern de Munich.
            Hablando en serio continúa Ana el problema para mí, y pienso que para todos, es que a veces hablas del reinado de Dios como de algo presente y otras como de algo futuro. Además, uno oye “reinado de Dios” y se imagina algo maravilloso, un mundo de justicia, paz, igualdad, armonía. Pero otras veces parece que el reinado de Dios es este grupo, y nosotros no tenemos nada de ideales ni maravillosos.
            Hace una pausa. Viendo que Jesús no interviene añade.
            Es un problema de lenguaje. Tú hablas como los poetas, no como los filósofos o los teólogos.
            No sé si todos te habrán entendido. Explícate mejor.
            Me refiero a que tú hablas con imágenes muy diversas. Un día comparas el reinado de Dios con un sembrador, otro día con el propietario de una finca, con el grano de mostaza, con la levadura. Un teólogo nunca haría eso.
            Ya sabes que yo no he estudiado teología.
            No lo he dicho por molestarte, maestro.
            No me has molestado lo más mínimo, Ana. Llevas razón. Sobre todo en que a veces hablo del reinado de Dios como algo presente y otras como de algo futuro. Porque es las dos cosas, presente y futuro.
            Se detiene un momento.
            Os lo voy a explicar con una parábola. Se parece el reinado de Dios a un multimillonario que compró una isla y decidió convertirla en un paraíso, con infraestructuras espléndidas, autopistas, aeropuerto, una capital en la que no faltara de nada… Pero no quiso contratar ingenieros, arquitectos, obreros… Para trabajar en el proyecto había que ofrecerse voluntario, y al final recibirían como paga una propiedad en la isla. ¿Comprendéis? El proyecto es algo futuro, pero el grupo que se ofrece voluntario es el presente. Sin los que se ofrecen ahora el proyecto es irrealizable. Lo mismo ocurre con el reinado de Dios. Es un proyecto de futuro que lo ponemos en marcha ahora, en el presente. Por eso os he dicho a veces que quien se une a nuestro grupo entra a formar parte del reinado de Dios.
            Ana no puede evitar reírse.
            No tienes remedio, maestro. Empalmas una parábola con otra. Pero creo que la cosa ha quedado más clara. Al menos para mí. No sé qué diréis vosotros.
            Yo digo apunta Bartolomé que más de uno puede morir antes de que se acabe el proyecto de la isla.
            Ciertamente, pero también recibirá su paga.
            En la isla del cielo comenta irónico Judas.
            Esa isla no está nada mal. Precisamente este es el tema que quería trataros hoy, pero de forma muy breve. El valor del reinado de Dios.

* * *

            Menos mal que tiene otro trabajo, porque Mateo le ha avisado que tardará en llegar. Ha pasado dos horas copiando una carta de Pablo a los corintios, de la que ha podido deducir que Pablo los quería mucho, pero que eran insoportables. Le divierte más escribir lo que dicta Mateo sobre Jesús. Finalmente aparece, sudoroso y apresurado. Se sienta en la silla y respira profundo un buen rato.
            ¿Dónde nos quedamos ayer?
            En la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña.
            Sí. Ya recuerdo.
            Hoy no tiene intención de levantarse y pasear. Pero hace su típica pregunta imprevisible.
            ¿A ti te costó mucho hacerte cristiano?
            No mucho. Mis padres lo son.
            Si no lo fueran, ¿te habrías hecho cristiano? Me refiero a si te parece algo valioso.
            Sí, creo que sí.
            ¿Aunque tuvieras que renunciar a muchas cosas?
            ¿Te refieres a que el gobernador me quite lo que tengo y me meta en la cárcel? Prefiero no pensar en eso. Si ocurre, espero portarme bien.
            Mateo parece darse por contento con la respuesta.
            Hoy voy a ser muy breve. Sólo te voy a dictar otras dos parábolas sobre el valor del reinado de Dios.

                El reinado de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, todo contento, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo.
            El reinado de Dios se parece a un mercader en busca de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra.

            ¿Las entiendes?
            Están bastante claras.

* * *

            La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de los segui­dores de Jesús es si esta aventura en la que se han embarcado vale la pena. A la pregunta responden las parábolas del tesoro y de la perla. El valor del Reino se resalta describiendo la actitud de la persona que, llena de alegría, lo vende todo por conseguirlo.
            Para entender bien estas parábolas debemos tener en cuenta que se dirigen a los discípulos, personas que han realizado ya esa experiencia de dejarlo todo para seguir a Jesús. En ciertos momentos, esta experiencia puede entrar en crisis, parecer absurda. Las dos parábolas intentan resucitar esa experiencia original de generosidad y alegría.
            Pero estas dos parábolas pueden aplicarse también al terreno de la evangelización. Mucha gente se pregunta si vale la pena ser cristiano. Porque, para quien no ha tenido esta experiencia, el valor del Reino no es tan patente como el del tesoro o la perla. Estas parábolas enseñan algo muy importan­te: es el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del Reino. Si no se llena de alegría al descubrir­lo, si no renuncia a todo por conseguirlo, no hará perceptible su valor.
            Estas parábo­las parecen decir: “Cuando te pregunten si ser cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que vale la pena”.


lunes, 29 de julio de 2013

Tres tipos de cizaña (Mt 13,36-43)

            Felipe mira su reloj. Las cinco de la mañana. Puntual como siempre, bien abrigado en su cazadora, ha salido sin hacer ruido camino de la colina, para esperar rezando la salida del sol. Felipe lleva despierto largo rato, necesita hablarle, pero prefiere respetar su soledad. Sin embargo, el sueño no vuelve. Se levanta y marcha en su busca. Jesús lo oye acercarse.
            Buenos días, Felipe. ¿No consigues dormir?
            No. Llevo un buen rato dándole vueltas a la cabeza.
            Se sienta junto a él y disimula su nerviosismo recogiendo unas piedrecillas del suelo.
            Deseo comentarte algo. Pero no quiero que lo interpretes mal.
            ¿Por qué iba a interpretarlo mal?
            Se trata de lo siguiente. Ayer, cuando contaste la parábola del trigo y la cizaña, Judas no estaba presente, había ido a comprar unas cosas al mercado.
            Sí. Lo mandé yo.
            Cuando volvió, le conté la parábola…
            Adornándola bastante.
            ¿Cómo lo sabes?
            Te conozco de sobra, Felipe. Sigue.
            Al terminar, le dije que no sabía qué significan el trigo y la cizaña. Y es cierto, no mentía. Pero anoche, al acostarme, me vino de repente una duda.
            Felipe no sabe cómo seguir. Agarra una piedra y apunta a un olivo cercano.
            Esta es la parte más delicada, la que no quiero que interpretes mal. ¿Esa parábola la has contado por Juan y Judas?
            Jesús no responde de inmediato.
            ¿Qué te hace pensar eso?
            Tú ya sabes que me llevo bien con Judas. Pero no lo noto entusiasmado. Ayer me dijo que no le ve futuro a todo esto. No le di importancia, lo tomé a broma. Pero luego recordé un comentario que hizo Juan hace poco, refiriéndose a Judas: “Este, mucho criticar, mucho quejarse, pero bien que se aprovecha del dinero que nos dan”. Y entonces me vino la idea de que Juan considera a Judas como la cizaña, y que quiere arrancarla, echarlo del grupo. Por eso lo mandaste a comprar, para que no se sintiese aludido y que sólo Juan se aplicara la lección.
            Jesús mira hacia los montes, por donde comienzan a abrirse paso los primeros rayos del sol.
            Te aseguro que no pensaba en Juan y Judas cuando conté la parábola. Pero lo que has dicho no es ninguna tontería.

* * *

            Tíquico lleva rato esperando a Mateo. Cuando entra le lanza de inmediato la pregunta.
            ¿La parábola del trigo y la cizaña la contó Jesús o te la has inventado tú? Aquí no aparece.
            Y golpea con el índice el rollo del evangelio de Marcos, del que tantas veces se sirve Mateo para dictarle. Éste lo mira con paciencia.
            Ya te he dicho que eso no es lo importante. Lo importante es si te sirve su enseñanza.
            También me he dado cuenta de que falta la parábola de la semilla que crece por sí sola. ¿Por qué la has suprimido?
            Para que los vagos como tú no piensen que todo es obra de Dios y no hay necesidad de esforzarse lo más mínimo.
            Tú piensas como los romanos: la mejor defensa es un buen ataque. Bueno, dime la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña.
            Y luego tú me dices la tuya. Escribe.  
           
            Después, despidiendo a la multitud, entró en casa. Fueron los discípulos y le pidieron:
            ‒ Explícanos la parábola de la cizaña.
                El les contestó:
            ‒ El que sembró la semilla buena es este Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los súbditos del maligno; el enemigo que la siembra es el Diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Como se recoge la cizaña y se echa al fuego, así sucederá al fin del mundo: Este Hombre enviará a sus ángeles para que recojan en su reino todos los escándalos y los malhechores; y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces, en el reino de su Padre, los justos brillarán como el sol. Quien tenga oídos que escuche.

            Tíquico termina de escribir y tira el cálamo sobre la mesa.
            Esto te lo has inventado tú. Esta explicación no es de Jesús.
            ¿Por qué?
            Porque las interpretaciones de Jesús son inteligentes, agudas. Tú, en cambio, interpretas una historia muy interesante como si fuera una alegoría. Esto es horrible, Mateo. Explicas cada elemento como si hablaras a niños chicos: quién es el que siembra, qué significan el campo, la buena semilla, la cizaña, el enemigo, la siega. El colmo es cuando dices que los segadores son los ángeles.
            Sorprendentemente, Mateo no se muestra ofendido.
            ¿Tu maestro de retórica no te enseñó que en la variedad está el gusto? Lo importante es lo que enseña la parábola. Y eso me parece que no lo has captado.
            Intencionadamente, adopta la actitud del maestro que aclara una cuestión al alumno poco aventajado.
            Piensa en las parábolas que ha contado Jesús hasta ahora, sobre todo en la del sembrador. Parte de la semilla no producía fruto. Dicho de otra forma, la mayor parte de la gente no lo sigue. ¿Cuál es la tentación que podemos tener los cristianos? Decidir quiénes son buenos y quiénes malos, quién es trigo y quién cizaña, y dedicarnos a eliminar la cizaña. Esa labor no nos corresponde a nosotros, sino a los ángeles de Dios, con los que tanto te metes.
            Se dirige a la ventana, única distracción que se permite mientras dicta.
            ¿Y tu interpretación? ¿Cuál es?
            Cuando escuché la parábola, pensé que el campo era el pueblo de Israel, en el que Jesús había sembrado buena semilla. Pero muchos se han opuesto a él, lo han rechazado y condenado, como los fariseos, y esos son la cizaña. El peligro de los cristianos, de los segadores, sería ir eliminando judíos por todas partes. Pero eso no es misión nuestra, sino de Dios.
            Con tu gran inteligencia habrás advertido un detalle elemental en lo que has dicho.
            responde Tíquico con un bufido que mi interpretación es tan alegórica como la tuya.
           
¿Qué actitud adoptar con quienes no aceptan el evangelio?

            La parábola puede leerse desde diversas perspectivas, según pensemos que la finca es el pueblo de Israel, la comunidad cristia­na, o el mundo entero.

La finca: el pueblo de Israel

            Ya que esta parábola sólo la cuenta Mateo, podemos verla primero desde el punto de vista de su comunidad, donde hay un grave enfrentamiento con los judíos. Lo más probable es que el evange­lista piense en el pueblo de Israel. Esta es la finca de Dios, en la que el Señor ha plantado buena semilla. Pero el enemigo ha plantado también cizaña. La tentación de cualquiera de los dos grupos es decidir por su cuenta y riesgo quién es trigo y quién cizaña. Ya le ocurrió esto a Pablo, que pidió permiso a las autoridades de Jerusalén para perseguir a los cristianos. Pero también la comunidad cristiana puede correr el riesgo de ofrecer­se a Dios para acabar con los que no forman parte de ella. Es lo que les ocurre a Juan y Santiago, cuando quieren pedir a Dios un rayo del cielo que acabe con los samaritanos que no los acogen (Lucas 9,51-56). Mateo hace una exhortación a la calma, a dejar a Dios la decisión en el momento final.

La finca: la comunidad cristiana

            La parábola también podría entenderse dentro de la comunidad cristiana, donde hay gente que respon­de al evangelio (trigo) y gente que no parece vivir de acuerdo con él (cizaña). El mensaje es el mismo en este caso. Aunque las cosas parezcan claras, es fácil que al arrancar la cizaña se lleven por delante el trigo. Lo ocurrido con la Inqui­sición demuestra la verdad de esta enseñanza de Jesús.

La finca: el mundo

            La parábola se puede interpretar también en un contexto más general, donde la finca es el mundo, la buena semilla los ciuda­danos del Reino y la cizaña los secuaces del Malo. En esta línea se orienta la explicación que ofrece el evangelio de Mateo.

Moraleja

            En cualquiera de las tres hipótesis (todas válidas), Jesús advierte contra el peligro de que paguen justos por pecadores. Es preferible tener paciencia y dejar la decisión a Dios.

La parábola de la semilla que crece por sí sola

            La parábola omitida por Mateo, probablemente por miedo a que fomente la inactividad de ciertas personas, la cuenta Marcos 4,26-29:


            El reinado de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, después la espiga, después grana el trigo en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la siega.

El trigo

Y la cizaña

domingo, 28 de julio de 2013

La mostaza y la levadura (Mt 13,31-35)

            Tíquico espera pacientemente que Mateo comience a dictar. Su prolongado silencio lo impulsa a hacerle una sugerencia.
            Nos habíamos quedado en la parábola del trigo y la cizaña. Ahora tienes que explicarla. A mí me parece que se presta a diversas interpretaciones.
            ¿Cómo cuáles? le pregunta Mateo curioso.
            Hasta que no me digas la tuya no te digo la mía.
            Mateo sonríe.
            Pues vas a tener que esperar. Antes voy a contar otras dos parábolas.
            Tíquico no consigue ocultar su desconcierto.
            Eso es absurdo, tienes que explicar primero la del trigo y la cizaña.
            Estás ofendiendo mi vanidad. Yo sé perfectamente lo que hago. ¿Dónde está hablando Jesús?
            Tíquico no entiende la pregunta.
            Lee desde el principio insiste Mateo.
            Retrocede, busca, encuentra.
            “Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Se reunió junto a él una gran multitud.”
            No sigas. Todo lo que te he dictado últimamente ocurre a la orilla del lago, ante una gran multitud. La explicación del trigo y la cizaña será más tarde, dentro de la casa, sólo a los discípulos. Pero antes de despedir a la gente le cuenta otras dos parábolas.
            ¿Esto ocurrió de forma tan complicada como tú lo cuentas? ¿Un discurso en dos partes, en dos sitios distintos y ante dos auditorios diversos?
            Mateo le dirige una mirada de reproche.
            Como no mejores, nunca serás un buen catequista. ¿Qué más da que fuera así o de manera algo distinta?
            Y añade con una sonrisa burlona.
            No sabes valorar mi genio creativo.
            Bueno, vamos a dejar de discutir. ¿Cuáles son esas dos últimas parábolas que cuenta a la multitud junto al lago?
            Mateo vuelve a sorprenderlo con una pregunta absurda.
            ¿Cuántos habitantes tiene Antioquía de Siria?
            Tíquico no duda mucho.
            Dicen que un millón.
            Eso lo dicen de todas las ciudades grandes e importantes. Pero da igual que sean un millón o setecientos mil. ¿Cuántos miembros tiene nuestra comunidad?
            Tíquico aprovecha la ocasión para vengarse.
            El otro día te pusiste tan pesado, y repetiste tanto las cosas, que me dediqué a contarlos. Estaban presentes unos ochenta, añade algunos ausentes y salen poco más de cien.
            ¿Te desanima que seamos tan pocos?
            Ya te dije el otro día que no. Hay que tener esperanza.
            Pues estas dos parábolas dan motivos de esperanza. La primera es muy corta, pero requiere conocer las Escrituras para entenderla bien. ¿Tú has leído al profeta Ezequiel?
            No.
            Me lo temía. Bueno, te lo explicaré luego. La parábola dice así. Copia.
           
                El reinado de Dios se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Es más menudo que las demás semillas; pero, cuando crece, es más alto que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas.

            ¿Has visto alguna vez un grano de mostaza?
            Ni el grano ni el árbol reconoce humildemente Tíquico.
            El grano es diminuto. Pero de él nace un arbolito respetable. ¿Comprendes la enseñanza?
            Sí, que nuestra comunidad, aunque ahora mismo sea tan modesta, tiene futuro.
            Exactamente. Pero con un matiz importante. El profeta Ezequiel contó una parábola parecida cuando sus contemporáneos estaban desanimados. Habían ido al destierro de Babilonia y pensaban que todo se había acabado para ellos. Entonces el profeta les dice en nombre de Dios... Atiende bien a lo que voy a decirte, a ver si descubres la diferencia entre su parábola y la de Jesús.
            ¿Tengo que copiarlo?
            No. Limítate a escuchar. Esto es lo que anuncia Dios a través del profeta.

            “Agarraré una guía del cogollo del cedro alto y encumbra­do;
            del vástago cimero arrancaré un esqueje
            y lo plantaré en un monte elevado y señero,
            lo plantaré en el monte encumbrado de Israel.
            Echará ramas, se pondrá frondoso
            y llegará a ser un cedro magnífico;
            anidarán en él todos los pájaros,
            a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves.

            ¿En que se parecen y en qué se diferencian las dos parábolas?
            A Tíquico le gustan estas adivinanzas, le permiten demostrar su rápida inteligencia.
            Se parecen en que los dos son árboles, y en que a los dos terminan viniendo a anidar las aves. Se diferencian en que Jesús habla de un árbol de mostaza y Ezequiel de un cedro.
            Muy bien. ¿Y qué diferencia hay entre la mostaza y el cedro?
            La mostaza es modesta, poca cosa. El cedro es magnífico, y encima lo plantan en un monte encumbrado. Es una imagen grandiosa.
            Aplica eso a nuestra situación.
            Tíquico reflexiona, ahora no quiere precipitarse.
            Jesús no promete que su comunidad será grande y maravillosa, anuncia algo mucho más modesto.
            Sí, pero que cumplirá la misma misión del cedro. Podrá servir de cobijo a los pájaros del cielo.
            Mateo se levanta y da un breve paseo por la habitación.
            La segunda parábola es más sencilla, no hace falta conocer la Escritura. ¿Has visto alguna vez a tu madre haciendo pan?
            Muchas veces. Y le he ayudado.
            Escribe.
               
            El reinado de Dios se parece a la levadura: una mujer la toma, la mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta.

            ¿Ya está? se extraña Tíquico.
            ¿Qué más quieres? Es profundísima. Piensa un poco. ¿Seguir a Jesús es bueno o malo?
            Muy bueno.
            Igual que la levadura. Pero para hacer un kilo de pan no puedes usar medio kilo de trigo y medio de levadura. Saldría algo horrible. Los cristianos no tenemos que ser miles ni millones, basta una pequeña cantidad para que haga fermentar a los demás, como la levadura.
            Con eso desanimas a la gente a entrar en la comunidad.
            No. Con eso advierto a la comunidad que no debe desanimarse por ser pocos. Podemos cumplir una importante misión. ¿Cuántas personas siguieron a Jesús durante su vida? Un número ridículo. Sin embargo, el arbolito sigue creciendo y la levadura fermentando.
            Mateo vuelve a levantarse. Echa un vistazo a lo poco que ha dictado hoy.
            Vamos a terminar ya esta primera parte del discurso, la que pronuncia Jesús en la playa delante de una gran multitud. Escribe.
           
                Todo esto se lo explicó Jesús a la multitud con parábolas; y sin parábolas no les explicó nada. Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación del mundo.

            ¿Puedo hacerte una objeción? pregunta Tíquico.
            La veo venir.
            Al principio has dicho que Jesús habla en parábolas para que no lo entiendan los de fuera, y ahora dices que usa parábolas para revelar cosas ocultas.
            ¿Dónde está el problema?
            Esas dos afirmaciones se contradicen.
            ¿Seguro? Piensa a ver si se contradicen. Tienes de plazo hasta mañana.

Nota

             La parábola del cedro se encuentra en Ezequiel 17,22-23.

Tres imágenes

El grano de mostaza


El cedro del Líbano

El árbol de mostaza