sábado, 6 de julio de 2013

El escándalo de no ayunar (Mt 9,14-19)


En el evangelio de ayer, Jesús escandalizaba sentándose a comer con gente descreída y de mala fama. Hoy escandaliza no obligando a sus discípulos a ayunar. Pero lo curioso es su forma de justificarlo.

El evangelio en lenguaje de hoy

            Un viernes de cuaresma estaban los discípulos comiendo un bocadillo de chorizo y una cerveza. Pepe y Sinforosa, le preguntaron a Jesús:
                ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como manda la santa madre iglesia?
                Jesús los miró un momento, desconcertado. Luego les respondió sonriendo:
                Esto es una boda. No se puede ayunar en una boda.
                ¿Una boda? ¿Dónde está la novia?, preguntó Sinforosa.
                Es una boda sin novia, aquí sólo hay novio. Soy yo.
                Una boda sin novia y con bocadillo de chorizo. Vámonos, Pepe, esta gente está loca.
                Pero cuando se volvieron para irse, Jesús los llamó.
                Pepe, ¿tú tienes coche?
                Sí, un Clío.
                Si se te estropea el motor, ¿le pones el de un Mercedes?
                ¿Para qué? ¿Para tirar el dinero?
                Exactamente. “A coche viejo, motor viejo”, como dice el refrán.
                Pepe nunca había escuchado ese refrán, pero estuvo de acuerdo. Mientras, la mujer, tirándole de la manga, intentaba irse de nuevo, pero esta vez Jesús se dirigió a ella.
                Sinforosa, el martes le regalaste un jersey a tu nieto Juan, y ayer se hizo un roto en el codo. ¿Le vas a poner una codera nueva o una vieja?
                Nueva, naturalmente.
                “A jersey nuevo, codera nueva”, como dice el refrán.
                Nunca he oído ese refrán.
                Pero estás de acuerdo con él.
                Jesús guardó un momento de silencio. Luego, mirándolos fijamente, les dijo:
                Ahora comprendéis por qué mis discípulos no ayunan.

                [El evangelio no lo cuenta, pero cuando Pepe y Sinforosa se alejaron, Pedro le dijo a Jesús:
                Maestro, ¿qué tiene que ver el bocadillo de chorizo con la boda, el Clío y el jersey? No me he enterado de nada.]
           

El evangelio en la versión original de Mt 9,14-19

   Entonces se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron:
   ‒ ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?
   Jesús les respondió:
   ‒ ¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.   
   Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan! 

    El primer argumento utiliza un símbolo muy bíblico, el del matrimonio de Dios con el pueblo de Israel, pero en este caso el novio es Jesús. En este contexto, compara la situación de los discípulos con la de los participantes en una boda. El ayuno es incompatible con la fiesta y la alegría. Más adelante, cuando termine la boda, cuando el novio desaparezca, tendrán que ayunar.
       Este argumento tiene la ventaja de que justifica el que los discípulos no ayunen y, al mismo tiempo, la práctica posterior de la iglesia. 

    El segundo argumento, que parece menos profundo, es en realidad muy teológico: con Jesús comienza una época nueva, en la que no son posibles las componendas. Las imágenes del paño nuevo y el paño viejo, del vino nuevo y los odres viejos, dicen que lo nuevo y lo viejo son incompatibles. La tendencia innata en materia religiosa es conservar lo ante­rior, salvar todo lo salvable, todo lo bueno. Jesús no piensa así. Una vivencia nueva de Dios deberá adoptar formas nuevas de expresión. ¿Cuáles? Todavía no se sabe. Desde luego, no las antiguas. Quien conoce el Antiguo Testamento sabe que eso mismo lo había dicho ya un profeta seis siglos antes. La nueva forma de ayuno que Dios quiere es la caridad, la preocupación por el hambriento, el desnudo, el encarcelado, el perseguido (Isaías 58,1-12).

       Hoy día la mayoría de la gente no está obsesionada por el ayuno. El problema es si nos comemos el bocadillo de chorizo sintiendo la alegría de estar en compañía del Señor o arrastrando la tristeza de un continuo funeral.


  ¿Cuándo ayunaban los judíos?
           
  La práctica se hizo habitual en determinados días del año vinculados con acontecimientos tristes: fecha de la caída de Jerusalén en poder de los babilonios, del asesi­nato del gobernador Godolías, etc. Cinco días al año, en total. Pero que las personas piadosas ayunaban con más frecuencia, como el fariseo de la parábola, que se jacta de ayunar dos días por semana (Lucas 18,12).

    ¿Por qué y cómo ayunaban?

     Para nosotros, el ayuno está relacionado exclusivamente con la comida; no tiene relación con la forma de vestir, mucho menos con lavarse o ducharse. Para un israelita era distinto. Al ayunar quería provocar la compasión de Dios. Al no comer, aparecía como pobre. Si encima no se lavaba, ni se perfumaba, se echaba polvo y ceniza etc., aparecía como la persona más desgraciada del mundo. Dios, casi a la fuerza, tenía que com­padecerse de su miseria.
    En otro momento del evangelio Jesús aconseja a sus discípulos algo muy distinto: “Cuando ayunéis, no os pongáis tristes, como los hipócritas, que se afean la cara para ostentar ante la gente que ayunan. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para no ostentar tu ayuno ante la gente, sino ante tu Padre que está escondido; y tu Padre, que mira escondido, te recompensará”.
     Como si dijera hoy día: “Cuando ayunes, come un buen filete de ternera, para que la gente no se dé cuenta de que ayunas”.

    Los cuarenta días de ayuno de Jesús

El evangelio de Marcos, el más antiguo, cuenta que Jesús, antes de comenzar su actividad pública, pasó el desierto cuarenta días; pero no dice que ayunase; al contrario, "los ángeles le servían" (Mc 1,12-13).
La tradición cristiana posterior, recordando que Moises había pasado en el monte Sinaí cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua (Éxodo 34,28), añadió al retiro de Jesús en el desierto un ayuno de igual duración. El dato es común a Mateo (Mt 4,2) y Lucas (Lc 4,2). En cualquier caso, el número cuarenta es simbólico y se usa a menudo para indicar un tiempo pleno. No hay que interpretarlo al pie de la letra.

    La iglesia primitiva y el ayuno
        
Los evangelios presentan a Jesús con una actitud crítica, como la del libro de Isaías, pero no en contra de ella. De todos modos, provocó el escándalo y el desconcierto de grupos piadosos. 
Tras su muerte, los cristianos debieron mantener esta práctica tan estimada. Pero el único testimonio concreto que tenemos es el de Hechos 13,1-2 a propósito de la comunidad de Antioquía antes de enviar a Bernabé y Pablo de misión.